Este libro deja un sabor amargo, pero al mismo tiempo te llena de los colores de Beniteca, del mar, del olor a sal, el calor, la sensación del cuerpo requemado, el sonido de las chicharras. Como los veranos, algunas partes pasan demasiado rápido, no da tiempo a disfrutarlas, y casi parece que no han ocurrido. Otras se alargan como los veranos de la infancia que parecían eternos y nunca lo fueron. A veces me repateaban los Corsi, sobre todo en los últimos veranos. A Anita la quise mucho en el primer verano, cuando representaba Berenice y hablaba en ''alemán''. Pero a ninguno, ni siquiera a Frufrú, le he querido tanto como a Martín pescador, que pasa de niño a algo muy parecido a un adulto a lo largo del libro y que nos ayuda a pintar Beniteca en nuestra imaginación. No digo más porque creo que es mejor leerlo sin saber casi nada de él; sólo diré que es muy bonito y que lo recomiendo, sobre todo si tenéis idealizados los veranos y recordáis los de vuestra niñez como los mejores de vuestra vida.