They say that the great artist is able to take the personal and - through the glamours of their craft - present it as the universal: certainly the torment called life that afflicts the Painter Strauch in Bernhard's first published novel, Frost, will resonate with certain readers at certain parts; for myself, there was so much about Strauch's plight that hit home with stunning effect that I felt drained by the time I finished its 342 ragged, caustic and beautiful pages.The novel is, essentially, the rage poetry of Bernhard put into prose; it slices and bites and gouges at the reader through the medium of the story, narrated by an unnamed young medical intern from the Austrian city of Schwarzach who has been sent to make contact with the disturbed painter Strauch, the estranged brother of the intern's superior at the hospital. Traveling to the bleak village of Weng - an alpine Hell of glacial frigidity and sin-shrouding snow that has drawn the artist back - he assumes the role of a law student, takes a room at the same inn where the painter Strauch is boarding, and quickly initiates contact. He then passes twenty-seven days as a walking sounding board for the increasingly unhinged rants, confessions and shadow philosophy of the tortured artist - and discovers that Strauch may bear the terminal burden of being mortally ill - while secretly composing letters to his superior detailing the precarious mental state of the doctor's sibling.Using the bitter cold, the frost-flecked air as a prism, Bernhard refracts a rainbow depicting the afflictions of the artist, from a neglected and abusive childhood through to his struggles as a student, and his banal and hated stints of employment, including as a substitute teacher and laborer, that he endured when his potential as a painter was terminated by a fracturing despair that drove him to destroy all of his paintings. Despair is soaked into the pages of the book: Strauch, pursued by fear and visions, haunted by dream-sight and the shrill shrieks of death that fall upon his ears from the very air he breathes, cannot transfer the truth that he graps with his mind onto the canvas. Everything he paints - in the dark so that the light won't blanch his fever - cannot measure up to the standard he has set for himself, cannot depict the ice-limned clarity that is frozen in his consciousness, and so it must burn. Such raw and ragged souls learn that creativity and inspiration carry the germs of madness within, that the stronger the compulsion to put truth into material form, the more searing the flame of insanity's torch; that, as the truth reveals itself in full to the creator, honesty would compel all but the very greatest to recognize the paucity of their interpretations - and that such a recognition would shatter.In the village of Weng, its sallow citizens are actors portraying the quotidian travails of everyday life - eating, drinking, fucking, cheating, stealing, fighting, laughing - without any time or inclination to pursue anything other than their immediate gratifications and needs; their low pursuits. In contrast, the painter - with the intern the Boswell to his agitated Johnson - is helpless to stopper the madcap torrent of words that flow forth in his effort to try and paint a portrait for his quiet companion of the terror and misery that his untethered mind, his cracked-mirror soul have been endlessly assaulted with, of his unparsable knowledge of the world as it is: a hell where the damned are forced to don a bewildering variety of masks, where the past uses its talons to rend the future to ribbons and its gorgon-gaze to paralyze the present. Eventually, the young intern begins to show signs of having been infected by Strauch's nausea, his bleak belief in the meaninglessness of everything - and it dawns on him that Strauch, having been born for suicide if he can ever summon the fortitude to scale the barrier of his fear, may have been using his companion as fuel for that resolve.This novel, obviously, will not appeal to everyone; and though Michael Hofmann's translation is reliably brilliant, Bernhard can be very abstruse and impenetrable, Strauch's outbursts and tirades difficult to understand. Yet the writing sings, it soars, it wrenches your attention to the mordant words of the painter's savage solipsisms - and, for all of its hopelessness, buttresses any who have, in some manner or form, trod the broken paths of the same dark and painful solitudes wherein the ravaged Strauch was imprisoned.
En cualquier escrito de Bernhard, por nimio que sea, se encuentra a Bernhard y todo lo que su obra representa. Las formas en las que el mismo se materialice ya es objeto de puntualización y son determinadas, en gran medida, por la cronología misma del escritor, pero el hecho es que incluso en Helada, aun privada de ese estilo característico por el cual el autor es conocido y reconocido, encontramos los motivos bernhardianos. Y es crudo, es brillante, es denso y oscuro... una oscuridad, sin embargo, cristalina. Algunos podrán denunciar ese aparente rasgo de comodidad que a simple vista supone el escribir siempre sobre la misma temática, sobre la misma perspectiva o sobre cualquier otro aspecto que se quiera abordar. En mi opinión, en este caso, dicha crítica se vería refutada, no ya por la escritura en sí, sino por el arte de la escritura que empieza y acaba con Bernhard, de forma radical, tan radical como la contemplación de la tierra firme y el abismo que nos aguardaría si nos encontráramos al borde mismo de un acantilado. En suma, tan radical como el mismo autor. Es como el músico que, tras años de ortodoxa interpretación, es capaz de encontrar su sitio y que de alguna forma puede ya plasmarlo en un arte, si bien no único, al menos distintivo, que cada vez alcanza cotas de mayor refinación. Así el músico, así Bernhard. Tratándose de su primera novela es más que evidente que no es aquí donde encontraremos semejante depuración estilística, no es este el Bernhard de las frases interminablemente subordinadas, ni el de la hostilidad hacia los puntos y aparte, ni el de la repetitiva, obsesiva musicalidad por la que hoy recordamos su arte. Aun así, a pesar de (o precisamente por) estar escrita, estilísticamente hablando, en clave convencional (teniendo en cuenta el grado de convención que puede residir en Bernhard), se hace una lectura más pesada que la de cualquiera de sus otras obras. Con todo, en el libro abundan pensamientos brillantes (los que se pueden desentrañar, claro) y una direccionalidad un tanto más descriptiva que hasta entonces no había leído en el autor austriaco.
Do You like book Frost (2006)?
'Frost' is yet another excrescence of Bernhard's imagination. This time it's a student who follows a painter, or rather a man who used to be a painter, in order to see if he is sane. Of course he isn't: that is so immediately obvious that the question becomes--as of the first five pages of the book--what kind of imagination the painter possesses. The book offers no relief, no pleasure of slowly dawning insight (even if that insight is might reveal psychosis, impending suicide, unrelieved pessimism, or bottomless misanthropy). Reading 'Frost' is like lying in pig slurry, and raising yourself every few minutes to wipe yourself, and then lying back down, then getting up again. It makes Beckett seem prissy and sterile, and it makes nearly every other author look cowardly, because by comparison most authors rush off to nice conclusions.
—Jim Elkins
'Helada' fue la novela que consagró al gran Thomas Bernhard, y noto que le falta a su prosa ese ritmo y repeteción tan característicos. Sin ser una mala novela, hay muchos momentos en que me aburrió, sobre todo por la avalancha de reflexiones sin (y con) sentido del pintor Strauch, que a veces rozan el hermetismo.El cuadro que se ofrecía en los jardines de verano de los mesones le permitía a uno ver a los hombres en sus manejos más tontos. "Entrar en su mundo. Entrar en el mundo. ¿Táctica? ¡Cuando lo vulgar lleva la cabeza tan alta como lo regio! Lo brutal se presenta como el talante original de toda la dulzura, como lo más famoso, lo más puro, lo más inimitable. Pensar en una vaso de cerveza conduce a las mayores sobreestimaciones, reflexiones: ¡el mundo es lo que yo soy! Empieza donde yo empiezo. Y termina allí. Es tan malo como yo. Le gusta beber. Le gusta comer. No sabe ni una centésima parte, porque yo no sé ni una centésima parte. ¿Ser famoso? Sí y no. Demasiado, me pondría enfermo. Sin ganas. Así es el mundo: limitado a una carne de vaca, a un filete de ternera. El hombre va siempre sólo hasta donde cree que va el mundo. Su abismo es también el abismo del mundo. Su derrota también la suya. En un jardín de verano de un mesón el mundo se limita al hambre y la sed del mundo. De cada individuo. De cada individuo individual. "Una cerveza, por favor" quiere decir el mundo quiere una cerveza. Se la bebe y, con el tiempo, vuelve a tener sed".La historia tiene como protagonista a un estudiante al que un médico, Ayudante del Jefe, le encomienda la misión de observar a su hermano, el pintor Strauch. Puede decirse que la novela trata sobre la desintegración de una persona, el pintor Strauch. Este vive en un pueblo entre montañas apartado de todo, un lugar en el que siempre hace frío. El libro abarca una serie de días, equivalente a capítulos, donde el protagonista trata de plasmar cómo es el pintor; en una relación basada en las conversaciones (o monólogos) que mantienen, en los paseos por los bosques que dan, en las comidas que hacen en el mesón en donde ambos se hospedan, en las diatribas del pintor hacia el mundo en general y hacia él mismo en particular.Todo ésto sería muy interesante si no fuera porque consume la mayor parte de la novela, con partes como la anteriormente citada, a excepción de las observaciones del protagonista de otros personajes, como la patrona del mesón, el desollador, el ingeniero y el gendarme, que dan un cierto respiro a la densidad del resto de la narración.Me gustan más las novelas del último bernhard, donde su técnica es más depurada, y sus frases te arrastran en un torbellino, algo que no he encontrado en 'Helada'; aunque no se puede decir que no contenga algún que otro destello de brillantez.
—Oscar
Man muß wissen, was bei ihm 'Verbitterung' heißt, was 'grundsätzlich' und was 'Licht' und 'Schatten' und 'Armut überhaupt'. Man weiß es nicht. [...] "Man muß es nicht wissen." (S. 84)Dieser Auszug beschreibt anschaulich das Buch und dessen Verlauf. Bernhard legt einer alten, verbitterten, ausgegrenzten, ... Figur über 300 Seiten lang wirre und diffuse Phrasen in den Mund und führt den Leser durch krude und oftmals unzusammenhängende Gedankengänge. Über dieses leere Gerede und die sich ereifernden Wortschwalle pappt Bernhard noch eine ziemlich lapidare Hintergrundgeschichte mit dem Thema Frost, die schlussendlich überaus enttäuschend und karg endet.Der Satz "Man weiß es nicht." trifft das Buch ganz gut, da man als Leser tatsächlich oftmals dem Geschriebenen nicht mehr verfolgen kann. Dazu ist es einfach viel zu verworren. Allerdings wäre es - im Gegensatz zur Bemerkung des Zitates - nicht schlecht gewesen, Aussagen ab und zu verständlicher zu formulieren.
—jean lice